martes, 14 de septiembre de 2010

Podría haber sido, pero no.

Venía caminando por una callecita adoquinada en San Telmo -de la cual nunca supe el nombre- cuando de repente me encontré perdida entre un mar de personas.
Escudriñé de manera minuciosa entre los individuos para ver si podía divisar a mis amigas, pero todo intento fue en vano: ese día había acudido una cantidad muy importante de gente a la feria, buscar a una persona entre la muchedumbre claramente no era algo que estuviera al alcance de mis 153 cm. de estatura.
Opté por no ponerme nerviosa e intentar relajarme. Me autopsicopateé: Algo debe haber sucedido en mi infancia con respecto al extravío de personas, no es normal que me afecte tanto el perder a alguien de vista entre el gentío. Ya estás grande, no pongas cara de demente y empieces a empujar a hombres y mujeres para que te dejen vía libre, eso no te va a hacer encontrar a las chicas. Ok, calmada.
Al desbloquearse mi cerebro pensé en llamar a alguna de las 4 para que venga a rescatarme, pero me acordé que tenía sus respectivos celulares en mi morral -¿quién me manda a salir con gente que no tiene dónde poner sus objetos personales? De todas maneras inspeccioné para cerciorarme de que los tenía todos, pero grande fue mi alegría al ver que me faltaba uno. De inmediato llamé y pregunté dónde carajo estaban, y espeté que no podía ser que se desvanecieran así; Me dieron indicaciones de dónde se encontraban y sin vueltas fui a su encuentro.
Caminaba rápido, mirando el suelo de adoquines que me dificultaba el andar. En un momento levanté la vista, y para qué! Ante mis ojos se dibujó la grata imagen de un ser masculino, un -por demás- bello muchacho que venía caminando en dirección opuesta a mí. En ese momento sentí que el tiempo se detenía, y con él mis pasos; No estaba prestando atención a mis piernas. En el instante en que fijé mis ojos en los suyos, él hizo lo propio con respecto a los míos. No fue un encuentro de miradas común y corriente, esos en los que se fija la vista unas milésimas de segundo en alguien para después retirarla sin mayor revuelo; Fue casi mágico.
En el momento del contacto visual entre ambos pensé en mirar a otro lado, a veces la vergüenza me impide observar a alguien del sexo opuesto; Pero esta vez las ganas de sostenerle la mirada fueron más grandes. No sé cuánto tiempo habrá sido, pero creo que para ambos -o por lo menos para mí- fue una eternidad. Ninguno retiró la vista de los ojos del otro, algo estaba pasando! Pensé en hacer algo, pero no supe qué. ¿Quedarme ahí parada? ¿Esperando? ¿Esperando qué? ¿Acaso algo iba a pasar? Parecía que sí.
Y así, sin más, siguió de largo.



Inspirado por y dedicado a A esto del amor

2 comentarios:

Malco dijo...

Hay que estar acostumbrada a que estas situaciones de meirda que nos ceban se pasen mas rapido que como llegaron! es una cagada!
Encima creo que el 99% de las mujeres estramso predestinadas a enamorarnos locamente en la calle (o en el súper) jaja

Gaby Raimondo dijo...

Lograste sonrojarme con la dedicatoria.
Besos para vos.