Con tan poco...

Hace unas semanas decidí ir caminando a la facultad. Aunque sean sólo diez cuadras usualmente suelo ir en colectivo, pero la escasez de monedas hizo que tuviera que tomar otra alternativa. Y ahora empecé a tomarle el gustito. A pesar del hecho de que el invierno no sea mi estación preferida, ni mucho menos, recibir el frío invernal en la cara y respirar el aire fresco tiene ese gustito tan particular que me llena de energía.
Me abrigo cual oso polar y me pongo los auriculares: lista para ir rebotando por la calle al son de la música. A veces las melodías suelen acelerarme tanto que llego acalorada y sin aliento.
Pero ayer no fue el caso. Elegí música tranquila que se acomodara a la velocidad de mis pasos, y no al revés. ¡Qué lindo es caminar sin apuro, observando los detalles que nos rodean!
En el trayecto, casi llegando a la facultad, noté que había dos hombres sentados sobre el pasto de un cantero de una casa abandonada. Ambos eran linyeras. Realmente ver esas realidades me toca hasta el fondo, es muy duro; Aunque más duro debe ser vivirlo.
Uno estaba durmiendo acostado en posición fetal, el otro sentado y con expresión divertida. Me llamó la atención. Sin querer mirar mucho pasé, intentando esquivar los cascotes de la vereda destruida. Inmediatamente algo llamó a mis ojos. Un color vivo. Estaba encima del linyera que dormía.
Era un cartelito amarillo, que rezaba "$14,90". Durante una fracción de segundo me quedé pensando, incrédula; para luego notar cómo el otro hombre reía. Sin poder contener una carcajada, me fui.